El fútbol y los cardos

En el colegio teníamos dos campos de fútbol, uno malo de tierra dura con baches y otro «bueno» de hierba tipo «de monte sin cuidar» y con tierra dura y baches en la zona de las porterías. Así y todo, un sueño para cualquier niño que le gustara jugar a fútbol en un campo como «los de verdad».

Yo soy zurdo y siempre me ha gustado jugar por la banda izquierda desde atrás, «carrilero» entonces.

Las bandas del campo estaban llenas de cardos y no hubiera sido un problema si no fuera porque Vicente nos invitaba a jugar descalzos para estar más en contacto directo con la naturaleza, y claro, con ese argumento tan de peso para mi, yo iba descalzo.

Las condiciones en las que se jugaba el partido no eran las normales, por lo que ya no sólo eran importantes tus habilidades futbolísticas, también lo era reconocer el sitio del campo donde podías jugar y tratar de nos pasar por aquellas zonas donde te ibas a pinchar.

El campo ya no era rectangular, los que mejor jugaban, jugaban un poco peor y la pasaban antes y los que peor jugaban seguían jugando mal pero se notaba menos entre risas y gritos.

Otra de las mentiras de Vicente es que si pisabas con fuerza un cardo no te pinchabas.

La Piscina de Coca-Cola

– ¿Habéis ido alguna vez a la piscina de Coca-Cola?. Tenemos que organizar una excursión para ir a pasar allí el día – nos dijo un día Vicente.

Bastó esto para que con trece años captaran mi atención, aunque con algunas dudas.

-Pero Vicente, eso es imposible! ¿Cómo vas a poder bañarte en Coca-Cola?. ¡Estará desventada! ¿Y si te meas?.

-Yo ya he estado allí y esta gente ha pensado en todo. Hay unos grifos que están echando constantemente Coca-Cola y allí mismo te dan un bañador que cierra también por la parte de bajo para evitar que salga nada.

Vicente, nos convenció de que existía una piscina de Coca-Cola y nosotros lo contamos en casa y nos apuntamos a la excursión y todo…

«Todo es Mentira». Es otra de sus míticas frases.

Ni había piscina de Coca-Cola, ni fuimos a ninguna parte, pero no hubo decepción, lo que hubo fueron risas y aceptación de que nos la colaba como quería.

Lo de la piscina fue sólo uno más de su juego con nosotros, una forma más de estar conectados y seguramente de vernos madurar.

Si después de tantos años todavía recuerdo esta anécdota es porque me supuso un esfuerzo enorme explicar en mi casa lo de esta excursión «… pero si me lo ha dicho Don Vicente será de verdad». Ese era todo mi argumento.

Hoy ya no lo tiene tan fácil… o sí. 

El reto de la zapatilla

No sé muy bien como empezó todo, pero lo que recuerdo de ese momento es que unos cuantos compañeros y yo estábamos en el vestuario después de hacer deporte y Vicente nos retó a ver quien era capaz de, pegándole un puñetazo en el vientre, hacer que cayera su zapatilla que previamente se iba colocar en la cabeza.

Tampoco tengo muy claro que me llevó a presentarme voluntario. Lo que recuerdo de ese instante son muchas dudas…, es un profesor y no debería poder pegarle, o puede ser otra de sus «bromas» y antes de pegarle me parará, o llevará algo escondido en vientre y me reventaré la mano,…

La cosa es que si conseguía hacer caer la zapatilla había un premio que ahora no recuerdo cual era, pero si no caía tenía que meter mi boca y mi nariz dentro y aguantar un minuto.

Su ZAPATILLA era una Ellese muy vieja, muy sucia y muy sudada.

En mi defensa diré que las dudas no me permitieron pegar con todas mis fuerzas, aunque tampoco sé si eso me hubiera librado de lo que vino luego.

Recuerdo ver como la Ellese se tambaleaba pero no caía, recuerdo coger aire, recuerdo que ese aire se terminó mientras yo seguía dentro de su zapatilla y luego vino tener que volver a coger aire sin salir de ahí. Fundido a negro…. 😉

Eran los años ’80 para quien no haya reparado en ello y esto en nuestro mundo era normal.

Después de aquello el vínculo se hizo más fuerte.

P.d.: Mención especial a Raúl López que sí consiguió hacer caer la zapatilla